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A N T I G U O S A L U M N O S
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Colegio
Marianista de San Felipe Neri de Cádiz
Promoción : 1956 (Ingreso) ~ 1962
(Bachiller Superior)
LA CLASE DE LECTURA
por Enrique Prats
Navarrete
Majadahonda, Mayo 2012
De los recuerdos y anécdotas de
mi paso por aquellas “clases” del San Felipe ciudad, no se me olvida el método
tan peculiar que tenía D. Felipe
-¿os acordáis de nuestro
profesor de Primera?- de mejorar nuestra capacidad de lectura, con aquel libro
en el que un niño como nosotros, contaba sus vivencias, mientras recorría
una región tras otra de España.
La
clase de “Lectura”, empezaba abriendo el libro por la página en la que nos
quedamos la vez anterior; D. Felipe armado de una regla, que en realidad era un
palitroque de unos 40 cm, iniciaba un paseo por entre las filas de pupitres,
...y de pronto, se oía un palitrocazo en la cabezota de alguno. El aludido,
empezaba la lectura, y todos los demás le seguíamos atentamente. Si se le
atragantaba alguna palabra, o se equivocaba en algún tramo del texto, recibía
una tanda de golpecitos cariñosos, hasta que afloraba la expresión correcta;
Después de un par de minutos, se oía otro garrotazo en la “pelota” de otro;
automáticamente, el que hasta entonces narraba las aventuras
del
protagonista del libro, se quedaba como mudo, y el receptor del aviso en su
cabeza, continuaba la lectura en voz alta, precisamente donde el otro se quedó
mudo, y así sucesivamente.
¿Pero que pasaba si alguien se distraía y no seguía con atención el texto?. ¿Os
acordáis?. D. Felipe era inasequible al desaliento, y no paraba de atizarle con
la “regla” hasta que el “distraído” encontraba el punto en el que se interrumpió
la narración... como para despistarse!; Desde entonces, no he conocido ningún
método mas eficaz, para mantener atentos a una tropa de locos bajitos. D.
Felipe, ademas, era un tipo sagaz y detectaba como nadie a los alumnos
distraídos.
Cuento esta anécdota, siempre que sale el tema de lo mal que leen y asimilan hoy
los niños de siete años,... y los padres treintañeros, me miran horrorizados. No
pueden entender que aquellos métodos “tan violentos” y antipedagògicos, puedan
haber producido una generación como la nuestra......y aquí, que cada cual se
autopsicoanalice y evalúe si aquella educación y aquellos métodos eran
inadecuados.
QUE TIEMPO
TAN FELIZ
Recuerdos de San Felipe Neri
por Alberto Campo Baeza
Mayo 2012
Mis
recuerdos en relación con San Felipe y los Marianistas empiezan tras venir de un
año de párvulos en la Torre Tavira. Nuestras profesoras eran Sor Felicitas y Sor
Juliana, hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. A Sor Felicitas, que vive
todavía, la visité el año pasado en Cádiz.
De ahí pasamos a San Felipe de Cádiz. Decíamos por entonces San Felipe de Cádiz
y San Felipe de Puertatierra...
Allí, en primera clase tuvimos a D. Felipe y en segunda, como bien recuerda
Rétegui, a D. Norberto y en tercera a D. Pedro. Jugábamos a lo que fuera en
aquel patio maravilloso, bajo la montera acristalada, que luego, pasados muchos
años, identifiqué como falansterio arquitectónico, según el modelo francés. Se
izaba y se arriaba bandera, según el modelo español, y se cantaba el Tras la
Virgen Capitana. D. Ciriaco nos proveía del material escolar. Entre otros de
aquella tinta ¿Pelikán? con la que rellenar los blancos tinteros de porcelana
que coronaban nuestros pupitres de madera. Escribíamos con plumillas Corona que
mojábamos en aquella tinta tan azul y con la que nos poníamos perdidos, yo como
el que más. Hacíamos una caligrafía estupenda. Nunca se me dio bien aquello como
bien queda reflejado en las notas que conservo, que nunca fueron buenas en
Caligrafía. El director era D. Victoriano Sáiz Conde, cuya firma aparece
estampada en todos nuestros documentos.
Íbamos todos de pantalón corto y con costras en las rodillas, a veces rojas por
el mercurocromo. Y con botas Gorila que, por entonces, eran un lujo. Los
lápices, de madera, eran de cedro con grafito negro en su interior. Y los de
colores eran de la marca Alpino. Las gomas, Milán. El inconfundible olor del
cedro de los lápices mezclado con el de la goma Milán, todavía permanece
indeleble en mi pituitaria.
En la capilla, el maravilloso oratorio barroco, siempre estaba el santo Padre
Vicente dispuesto a confesarnos. En su día escribí un hológrafo para su
canonización. Aunque es un Santo al que no le hacen falta papeles. También por
allí rondaba el Padre Jesús.
Pronto nos hicimos mayores y en Ingreso pasamos a Puertatierra. Para llegar a
Puertatierra, que entonces nos parecía lejísimo, se utilizaba el Coco, un
autobús legendario. Claro que los hijos de militares que éramos muchos, teníamos
un buen autobús militar a nuestro servicio. Nunca olvidaré las maravillosas
puestas de sol, por la tarde, esperando a aquel autobús. Nosotros esperábamos el
“rayo verde”, que es el último rayo visible del sol. Juro que lo ví más de una
vez.
A la puerta del colegio, hiciera frío o calor, siempre estaba Juana. Su venta de
pipas y cacahuetes y chicles Bazooka, tenía lugar en un carrito enorme de niño
chico adaptado. Y ella, no sé porqué, iba siempre con delantal blanco.
Nosotros ayudábamos a D. Raimundo a repartir la leche en polvo americana.
En Puertatierra, tuvimos en Ingreso a D. Francisco de Miguel, siempre sonriente.
Los otros tuvieron a D. Francisco Huidobro. Los amplios campos de deporte nos
parecían lujosísimos en comparación con el patio de la montera. Eramos muy
felices.
En primero de Bachillerato tuvimos a un D. Enrique Torres Rojas jovencísimo y
listísimo y brillantísimo. Sigue siendo un tipo excelente. Y a partir de
entonces se me mezclan los recuerdos.
Los seglares eran D. José Gener, con su bigote y su tabaco, al que tanto
queríamos y con el que aprendimos tanta Literatura. Y D. Angel Pueyo, “¿No tiene
un vale? Deme dos!”. Con él aprendimos muy bien la lengua de Moliére. Y D.
Eduardo Escobar con su indespintable Mobylette nos enseñaba Matemáticas, y D.
Manuel Mora nos daba Química. Y D. Manuel Molina , que era militar, nos dio
Matemáticas.
De los sacerdotes de Puertatierra se lleva la palma D. Juan Carlos González de
Suso, que tenía un gran éxito. Yo, por llevar la contraria, me pegué primero al
Padre Tomás y más tarde al padre Ignacio Amurrio, más “maternal” y luego al
padre Vicente Sánchez Miguel, que era más callado. El padre José Antonio también
tenía su público. Los directores fueron el Padre José María y el Padre Miguel
Sánchez Vega. Todavía recuerdo el retrato que le hizo D. Juan Bermúdez, que
además de ser un pintor magnífico, me dio clases un verano en la Plaza de Mina,
preparándome para el ingreso en Arquitectura.
De los marianistas, además de los citados, me acuerdo de D. Luis Laita y su
hermano D. José Ignacio Laita. D. Carlos Portillo Scharfausen, y D. Enrique
Santamaría. Y cómo no, D. Valentín Hernández como maravilloso profesor de
Matemáticas. Usábamos el libro de la editorial SM hecho con D. Constantino
Rodríguez que estuvo algún año en el colegio. D. Avelino nos daba Gimnasia. D.
Francisco Laiseca que, además de llevar el tema económico, cantaba en la capilla
con una voz tremenda de barítono. Y D. Juan Lecue. Y D. Julián. Tampoco puedo
olvidar a D. Victoriano que, cual si de Papá Noël se tratara, nos regalaba
christmas americanos ya escritos, a cambio de sellos usados. Aquello era como un
soplo de aire fresco. Y D. Enrique Bielza que se ponía rojo enseguida y que era
una persona maravillosa. Y D. José Barrena y D. Francisco Luna. D. Joaquín
Arroyo con el que fuimos de excursión con las familias a Lourdes, pasando por
Lerma de donde él procedía.
Yo no tengo palabras suficientes para dar gracias a Dios por esos años tan
felices en San Felipe donde se nos regaló, además de con unos conocimientos
profundos, con una formación espléndida en los más básicos principios de la
vida y en el don más preciado que es la Fe con un inequívoco sesgo de Libertad
que la hace más valiosa todavía.
MIS RECUERDOS DEL COLEGIO SAN FELIPE EXTRAMUROS
por Antonio Díez Murciano
Mayo 2012
Mi primer recuerdo consiste en un asustado niño que acude por primera vez al colegio, San Felipe Neri de Extramuros, de la mano de su hermana mayor, quien me deja en un poyete que había tras el pasillo de la entrada, desde el que veía todo los patios del colegio, y en el que me quedo sin moverme durante toda la mañana, viendo como entraban y salían de las diversas clases los alumnos y como jugaban en el recreo, hasta que a las 13 horas viene a recogerme otra vez mi hermana y, obviamente, me encuentra en el mismo sitio. Al preguntarme qué tal me habían ido las clases le tuve que decir que no me había movido de allí en toda la mañana, que no había entrado en ninguna clase y que no había conocido a ningún profesor ni ningún niño. Entonces, mi hermana debió preguntar cuál era mi clase, cuál el sitio de mi fila y, por la tarde, acompañarme hasta la misma y asegurarse que entraba en clase.
El Colegio poseía dos campos grandes futbol que, a su vez, se dividían en tres en sentido perpendicular. Los que pegaban a la tapia que daba hacia la ciudad tenían arena fina en la zona de las porterías, por lo que eran las que los chavales queríamos escoger siempre porque podías tirarte al suelo si jugabas de portero. El campo más alejado de esta valla se asfaltó posteriormente. También había un campo de hockey patines y, creo recordar, que dos de baloncesto, uno al lado de las clases y otro, construido algo más tarde, cerca de la entrada. Igualmente, existían dos campos de frontón al lado de la valla que daba a la playa. Había numerosos jardines con un seto rodeándolo y flores en su parte central.
Las clases estaban al fondo del perímetro del colegio, aunque luego se construyeron algunas en el piso superior del pasillo que comunicaba la entrada con la capilla. Los primeros pupitres en los que yo estuve eran de los que se abría la hoja hacia arriba y tenían un amplio hueco en el que se guardaban los libros, cuadernos, bocadillo, tiza, el plumier e, incluso, la cartera. Esta era generalmente de cuero y servía para todo; para llevar los libros, para la comida los días de excursión, para lo ropa de deporte, etc. Yo recuerdo los bocadillos que llevaba al colegio y que eran de tocino (si llevaban una veta de jamón era el no va más), de plátano, de aceite con azúcar y algo más tarde de Tulicrem, el equivalente cutre de la Nocilla. La mayoría de los castigos provenían del ruido que hacíamos, a posta, al bajar la tapa del pupitre.
Siguiendo el perímetro del colegio estaban los servicios y, después, un edificio que usaba D. Raimundo para hacer de la leche en polvo leche líquida que repartía por una puertecilla pequeña abierta en el muro a muy diversas familias. Siempre me impactó el trasiego y la amabilidad de D. Raimundo, - un profesor laico bastante serio dando clase (daba clase de varias cosas, aunque a él le debo un aceptable conocimiento de química) -, con la gente pobre (aunque entonces pobres éramos la mayoría) que venía a por la leche.
En el otro extremo estaba la capilla, con el altar en alto y rodeada de una verja donde se encajaban las banderas de los Congregantes y los Cruzados que se rendían cuando se alzaba el Santísimo. Los Congregantes ya existían cuando yo accedí al Colegio; lo que se creó posteriormente fue la Cruzada que se reunía en una sala que había a la izquierda del altar (si se miraba al Sagrario) y del que fui su primer Secretario. Recuerdo que tanto los Congregantes como los Cruzados desfilábamos con la Custodia el día del Corpus. Especialmente emotivos eran los Vía Crucis que se celebraban en Semana Santa y los Santos Oficios. Respecto a rezos, antes de clase siempre se rezaba el “Bendita sea tu pureza” y había veces que lo rezábamos a toda velocidad, con lo que el profesor se enfadaba y nos lo hacía repetir. En aquellos tiempos la mayoría de las oraciones “clásicas” se rezaban en latín y coincidiendo con el idioma más habitual, el francés, también en este idioma.
Otro “objeto” importante del Colegio era el “Coco”, el autobús que llevaba y traía a algunos alumnos. Yo lo recuerdo como un autobús muy antiguo y desvencijado, aunque yo sólo me monté en él en muy contadas ocasiones, fundamentalmente para algún viaje al centro o a alguna localidad cercana, porque yo vivía en Extramuros. Y otro personaje del Colegio, aunque no pertenecía al elenco de profesores, era Juana y su carrito de chucherías, con sus pipas, altramuces, chufas, algarrobas, chicles y, en especial, los caramelos de leche “La Dama de Elche” y, en verano, los polos de sabores y colores que si los chupabas te llevabas el colorante y se transformaban en polos de hielo. Y todo a una perra chica o una gorda; el que disponía de la moneda de dos reales perforada era rico.
Las clases eran de lunes a sábado con descanso los jueves. Muchas veces debíamos ir a Misa el domingo al Colegio. Si estabas castigado por malas notas o por hablar en clase tenías que ir los domingos por la mañana a Misa y luego quedarte dos o tres horas más en una clase. En cuanto a sacerdotes y profesores recuerdo a D. Miguel, el director, D. Francisco Laiseca, el administrador. Entre los sacerdotes, el padre José Antonio, que era muy delgado y muy nervioso, nos metía la mano en el bolsillo y nos quitaba las perras que tuviéramos para los pobres; el padre José Carlos quien, seguidor de la música francesa, nos hacía escribir, como ejercicio de francés, el “Et maintenant”; no veáis las barbaridades que se escribían; a D. Constantino Marcos, autor de los libros de Matemáticas, que era tan bondadoso como anciano; al Padre Amurrio, quien harto de aguantar las charlas mías y de Pepe Cervantes, terminó por supendernos las matemáticas en junio y hacernos ir a clase durante todo el verano. Otros profesores de los que guardo recuerdo era el ya citado D. Raimundo, que era Jefe de Estudios de algunos grupos de clases y dictaba diversos tipos de asignaturas, D. Ángel, un profesor laico de francés que tenía la particularidad de poner a toda la clase en círculo dentro del aula y se iba ascendiendo en el redondel según tus conocimientos; D. José Gener, otro profesor laico, de literatura y filosofía, una curiosidad por su liberalismo dentro del Colegio; D. Eduardo Escobar, que me parece recordar que fue presidente del Balón de Cádiz y directivo del Cádiz. Recuerdo otros muchos profesores pero me sería más fácil describir como eran que recordar sus nombres: D. Julián, D. Antonio Puerta?, D. Domingo, D. Valentín, quien posteriormente se hizo sacerdote, etc. También recuerdo muchos apodos pero dentro de una celebración amable considero que no procede, aunque algunos eran cariñosos e, incluso, afectivos.
Recuerdo a muchos compañeros, algunos de los cuales he seguido tratando y otros a los que les perdí la pista o he comprobado que ya no están entre nosotros. En primer lugar, recuerdo a mi compañero de banca de muchos años, del que me avergüenzo recordar sólo que se llamaba Durán, y al que no he visto en ninguna foto; a Manolo Ambrosy, a Rafa Parodi, a Gómez Cerezo, que se dedicaba a tocarte el lóbulo de la oreja y te ponía la oreja como una butifarra, a Genaro, a Eduardo Redondo, a quien he tenido la suerte de volver a ver en las fotos; a Manolo Pando, con quien jugué tanto tiempo a hockey sala, y a tantos y tantos de los que recuerdo la anécdota o el detalle sobresaliente más que su cara o nombre y apellidos; a Rafa Alcolea y Agustín Pérez Vidaurrázaga, con quienes competí en varias ocasiones por el dorado, nunca mejor dicho, galardón del primero de la clase; a Pepe Cervantes, compañero incansable de charlas en las clases y que nos costó, como ya he dicho, un suspenso en junio en Matemáticas, por el Padre Amurrio. Los hermanos Castillo, Alfonso, Enrique y José Antonio. Y, por encima de todos, Antonio Sánchez Heredia, quien falleció, tras una larga enfermedad, hace unos meses y que tenía una íntima relación con ese Colegio.
Las notas se entregaban en unas hojas de colores diferentes según el nivel de las mismas. La más alta de todas era dorada y correspondía al primero de la clase; luego le seguían la roja o sobresaliente; después la verde o notable, seguía la azul o aprobado, la morada era suspenso y la negra censura. En ellas tenían mucha importancia los dos primeros epígrafes: la conducta y la aplicación.
Las excursiones del Colegio eran casi siempre a Las Canteras de Puerto Real, al Tempul de Jerez y, en algunas ocasiones, al Colegio Salesiano de Campano.
Algunas tardes venían al Colegio los seminaristas con sus cinturones rojos y era curioso de ver las filas en las que andaban con su uniforme negro veteado por los cinturones rojos.
Los juegos que se reiteraban durante todos los años y que se ponían de moda según la época o la estación: las navajas, las peonzas, las latillas, con equipos de once jugadores, un campo de madera y el portero que era una lata de Nescafé, las bolas, entonces metálicas, de barro o madera y raramente de cristal, también llamadas mebles, etc.
Una cuestión muy típica fue la quiniela de futbol específica del Colegio, con 6 ó 8 resultados, - los equipos de primera -, y en donde pagaban tanto o más el boleto que no acertaba ni una que el que las acertaba todas.
En octubre se celebraba la cuestación del Domund, para el que nos entregaban unas huchas de cerámica, representando la cabeza de cuatro etnias, casi siempre con cuatro motivos: el chinito con su gorro típico, el indio piel roja, aunque sin pluma, el morito con su turbante y el negrito. Allí íbamos todos los chavales a darle la tabarra a toda la familia y conocidos fundamentalmente.
Recuerdos del Colegio San Felipe Neri - Ciudad
por Gabriel Rétegui Matute
Año 2008
Teníamos clases de lunes a sábado, mañana y tarde, excepto el
jueves que teníamos libre la tarde.
De los profesores recuerdo a D.Felipe en Primera Clase, también
llamada Parvulitos, D.Norberto en Segunda Clase, o Párvulos, D.Serafin en Ingreso, D.Pedro en
Primer Año de Bachillerato y otro D.Pedro, de más baja estatura, en Segundo Año
de Bachillerato.
Además, en los dos últimos cursos nos daban clases D.Victoriano, el Director, de
Geografía,
D. Ciríaco de Matemáticas y el Padre Vicente de Religión.
La
Tercera
Clase, o Elemental, de la que no recuerdo el
nombre
del profesor, estaba en el mismo piso y cerca de donde estaba la bandera de
España.
Todas las mañanas, al comenzar la jornada, y solo esta clase, salía fuera de la
misma, puestos en fila de a dos, en posición oblicuo izquierda y saludo
falangista, cantábamos el Himno Nacional con la letra de Pemán mientras se izaba
la bandera.
Estando en Primer Año de Bachillerato D.Pedro nos
hizo pruebas de canto para
formar el coro del Colegio que cantaba principalmente en las Primeras
Comuniones.
D.Ciriaco que nos
daba Matemáticas, iba a
la clase con un bombo de lotería con
sus bolas que usaba para
preguntar los temas que estaban numerados. Además
de
ello
era
el
tesorero y cobraba
las
mensualidades a
nuestros
padres,
y
si
iba
acompañado
de
nosotros
nos
daba
caramelos. También era
el que nos vendía los libros, cuadernos y demás artículos de escritorio, como
las plumillas Corona que se usaban para caligrafía.
El Padre Vicente iba a clase con una gran agenda donde estaban
los nombres de los alumnos. La agenda estaba encima de la mesa, y si alguno se
portaba bien, o contestaba bien a las preguntas, etc, le decía que apuntara en la agenda diez o veinte puntos más,
confiando en que el alumno
no abusaría.
Cuando hacía buen tiempo al entrar en la clase decía: "niños,
cerrarpuertas, abrir ventanas". Era la bondad personificada.
Teniamos notas semanales donde las asignaturas puntuaban sobre
50. Venían en unas hojas tamaño cuartilla decorada con grecas y con distinto
color según fuera la nota media. La del primero de la clase era dorada, después
venía la roja para la nota media de sobresaliente, continuando con la azul,
verde, morada y negra que era la que solía tener el último de la clase.
La lectura era de las notas era solemne y tenía lugar los sábados por la mañana. El Director, que
era el encargado de leerlas, pasaba la lista y le decía a cada uno sus comentarios junto con el
puesto obtenido.
Al final al que sacaba el primero le daba cuatro caramelos (los mismos que daba D.Ciriaco y
que por cierto eran bastante malos ) uno menos para el segundo y así sucesivamente. Las notas
las teníamos que devolver firmadas por nuestros padres. Además en el pasillo de
entrada al patio había un cuadro llamado " Cuadro de Honor " donde figuraban los
que habían sacado el primer puesto en la semana en cada clase, así como el
número de veces que lo había hecho desde el comienzo del curso. Al final venía
una inscripción en latín, citando una epístola de S.Pablo que venía a decir, que
muchos corrían en el estadio pero que sólo uno recibía el premio.
En Segundo Año se nombraron a los primeros aspirantes a Congregantes y se eligió
una Junta que presidía Jerónimo Atienza, con Christian Wagner de
Vicepresidente, Gabriel Retegui de Secretario y Juan Luis Roquette de Tesorero.
Había sesiones de cine muchos domingos en el salón de actos. Las
películas eran la mayoría en blanco y negro. Se anunciaban en una pizarra que se
colocaba en la entrada del Colegio y que dibujaba con tizas de colores Juan Luis Roquette. Además algunos
días en horas de clase nos proyectaban películas de corta duración sobre temas
científicos (por ejemplo la circulación de la sangre) a los alumnos mayores. En
nuestro caso accedíamos a la parte superior del salón de actos a través de una puerta que había al fondo de la clase.
En el mes de Mayo, antes de la primera clase de la tarde, íbamos al Oratorio a
hacer la ofrenda de flores a la Virgen que hacían dos de cada clase mientras se
cantaba el Avemaria. Además, a los mayores les encargaban aprenderse poesías que las recitaban a
continuación de la ofrenda floral. El que mejor recitaba era Antonio Moreno
Calvo. También en el mes de Mayo hubo (al menos dos años) una procesión con la
imagen de la Virgen de Fátima llevada en parihuelas. Salía del Oratorio a la
calle Santa Inés para entrar por la puerta del Colegio hasta el patio donde
terminaba.
El 26 de Mayo se celebraba el Día del Colegio y no había clase. Delante de todos
los alumnos formados y ante el Director, un alumno de los últimos cursos leía un
discurso, que daba redactado el profesor, y que al final pedía al Director que se levantaran los
castigos, lo que era siempre concedido.
Después había muchos juegos, algunos mezclaban la aritmética con
las carreras.
También recuerdo que hubo un campeonato de futbito, con equipos
de 5 ó 6 jugadores y con nombres como "Estrella", "As rápido", etc. Alguien hacía las crónicas de
los partidos que se publicaban en un tablón de anuncios.
En al menos una ocasión fuimos a un entierro de alguien de la Comunidad que
falleció
NOTA : La persona que falleció, era José el portero, que vivía en el propio colegio.
Aportación de Francisco Vázquez Aragón